Farmers markets de la bahía

Aquí van algunas imágenes de una de mis cosas favoritas de la zona: los farmers markets. En los diez días que llevamos aquí, hemos visitado ya cuatro: el monumental Ferry Building, del que ya os hablé hace dos años aquí, dos mercados semanales de Berkeley, y el gigantesco mercado dominical de Marin, uno de los más grandes de California. La abundancia y variedad de productos locales y de estación me inspira y emociona. Incluso me sobrepasa un poco, entre la ansiedad ante la oferta tan grande, y el síndrome de "frustración y privación", una condición que describe Calvin Trillin en un ensayo sobre su amor por los pimientos de Padrón y la pena de no poder conseguirlos en su casa. En estos días debe haber al menos 15 variedades de melocotones en oferta, que los niños -y grandes- degustan con avidez en cada visita al mercado. Los puestos de verduras de hoja verde ofrecen tanta variedad que no sé por dónde empezar y acabo con las manos vacías. (Eso sí, kale  compro cada vez que puedo. Anoche la comimos salteada (después de un buen masaje con sal) con cebolla roja, remolacha y zanahoria ralladas y arroz basmati integral, aliñado con un aceite de nuez tostada que fue mi gran compra del mercado de Marin, y nos hubiésemos bebido en vaso, de tan fragante). 

El gran problema es que cada vez nos parece más claro que si estás una temporada larga aquí, produce acostumbramiento y malcriadez. Ya nada te llega. 

Cada visita viene acompañada de una comida en familia sobre el césped con música en vivo (en Berkeley nos tocó blues; en Marin country); todos los mercados -incluso el más pequeño, como el de los jueves en nuestro barrio- ofrecen, además de productos en bruto, comida preparada, y de gran calidad. O sea que planificamos para que los sábados almorcemos en el mercado de Downtown Berkeley (el más grande de la zona, pero mucho más manejable que el apabullante Ferry Building, que todavía me provoca un poquito de ansiedad); los jueves merendamos en el de North Berkeley (más pequeño pero completo). El sábado pasado O. y yo optamos por comida Thai mientras los varones comieron crepes; el jueves nos tocó la hora de la merienda con pastelería de lujo: una tartaleta de limones Meyer, una variedad de citrico que en España no existe, una mezcla entre limón y naranja; un crumble de melocotón y una enorme galleta de chocolate y cereza (elección de O., la más golosa de la familia). 

Los farmers markets representan todo un evento y no sólo un comercio en un sistema alimenticio como el americano. Michael Pollan (que también vive en Berkeley) ha escrito mucho sobre cómo funciona la larguísima cadena alimenticia y los enormes problemas -socio-económicos, de salud, etc.- que conlleva que existan tantos eslabones entre el campo y consumidor. Los farmers markets son la manera de entrar en contacto directo con los productores y romper con los eslabones de esa cadena tan larga. O sea que comprar allí es también una manera de ser anti-sistema y apoyar el comercio local, pequeño, dando la espalda a las mega-corporaciones para las que los individuos no son personas sino meros números que suman.  

Por eso en cada market se respira algo de celebración. No olviden que esta es la tierra de Alice Waters, la fundadora hace ya tres décadas de lo que luego se convirtió en un fuerte movimiento, basado en la alimentación local, sostenible y estacional, con su legendario restaurante Chez Panisse (que espero visitar en breve; está a pocas cuadras de casa). 

La semana que viene tenemos pendiente visitar el market de los miércoles en Albany (justo al norte de Berkeley), ya que hay un día especial dedicado a los niños, con juegos y actividades para ellos.

Después de estas semanas, comprar verduras nunca será lo mismo. 

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