Comer en New York

Perdonen mi larga ausencia, queridos lectores, pero he estado de viaje en el paraíso gastronómico norteamericano. Pasé una semana en New York, comiendo muchas de las cosas que más me gustan y cuestan conseguir en Barcelona. He vuelto entre satisfecha y sedienta de más, así que pensé que un lindo post podría ser una lista de mis favoritos de la gran manzana. Aquí van:

1. El desayuno

A diferencia de la cara de asquito que suele poner la gente cuando saco mi crema de cereales casera cuando desayuno fuera (porque no logro encontrar un sitio aquí que tenga un desayuno que me guste; la bollería no me va, ocasionalmente me conformo con un buen bocata de atún, si la calidad del pan vale la pena), los anglosajones están más que acostumbrados al oatmeal, o la avena cocida. En la mayoría de los sitios lo preparan con copos de avena, pero en algunos, los mejores, se prepara con grano de avena completo, o incluso a veces con steel-cut oats, o granos de avena cortados gruesamente con cuchillas de acero. (Hasta McDonald's recientemente se ha subido al carro del desayuno "sano" -tiene más azúcar y añadidos que alimento integral, lamentablemente, ante un gran debate que podéis seguir aquí.). En uno de mis sitios favoritos para desayunar, la cadena belga Le Pain Quotidien (sí, es una cadena, pero lo hacen bien. Ya han abierto varios locales en Madrid, y no entiendo por qué no en Barcelona. De todos modos la oferta está adaptada al gusto local, y tampoco tienen mi desayuno en Madrid.) me deleité con todas las cucharadas que pude del "Harvest Porridge", una especialidad invernal, una crema hecha de farro (un cereal de la familia de la espelta) con nueces y leche de almendras.

2. Whole Foods


Este supermercado es mi paraíso personal. Si hubiese entrado alguna vez sola (cosa que no hice esta vez, para no caer en demasiadas tentaciones que llevaran al sobrepeso de equipaje; de todas formas me traje, por ejemplo, 4 paquetes de oatmeal y 2 tarros de aceite de coco), podría haberme pasado el día entero mirando entre sus pasillos cada producto en sus mil y una variedades, muchas ecológicas, todas apetecibles para mí. Qué genios del marketing para el público amante de la comida de calidad. Sí, ya lo sé, Whole Foods peca también: muchos de sus productos, si bien ecológicos, están importados de países lejanos, y por tanto la huella ecológica que dejan dista de ser ideal. Pero qué conseguido está, por favor. Si abrieran una tienda en España, me dejaría el sueldo entero allí sin pestañear. El único problema es algo bien yanqui: el exceso de ofertas. Yo tiendo a frustrarme ante la imposibilidad de elegir, y tengo crisis de ansiedad en el pasillo de las galletitas o del té. Necesito que alguien esté a mi lado para salvarme y tomar decisiones. Lo mejor es que Whole Foods también ofrece la posibilidad de comprar comida hecha tanto para llevar como para comer allí (y me encanta el de Union Square porque podés comer ante un ventanal frente a la plaza). Sushi fresco (ver más abajo), un buffet frío y otro caliente con infinidad de exquisiteces (ensaladas preparadas o ingredientes separados para hacerla a tu gusto), una selección de sopas (ver abajo). Podría hacer las comidas de cada día allí durante mucho tiempo sin repetir y sin aburrirme. En serio. Es demasiado.


3. El mercado de Union Square
Los lunes, miércoles, viernes y sábados tiene lugar el mercado de agricultores de Union Square. Este sitio es un festival para todos los sentidos. Acuden cantidad de productores locales, que traen cosas desde fruta y verdura de estación, hasta carnes ecológicas, panes, cereales y pasteles, flores, pickles y conservas, y mucho más. C conservas omo la zona es rica en manzanas, mi fruta favorita, hay variedades que aquí no conocemos, y derivados de ellas como la sidra calentita o, lo único que me pude traer (lamentablemente): un bote de apple butter, que es básicamente manzana cocinada durante muchísimo tiempo, hasta que queda algo entre una compota y una mermelada. Un par de veces merendé un muffin vegano de zanahoria endulzado con zumo de manzana. Mucha fue mi desilusión cuando fui a buscar otro el último día y ya se habían vendido todos, según me contaron, a una señora que los llevaba a una residencia de ciegos.


4. Sushi
El sushi no sólo es mi comida favorita, también me parece la comida perfecta. Completa, balanceada, saludable, satisfactoria y, sobre todas las cosas, estética. Los neoyorquinos comparten mi amor por la gastronomía nipona, y cada mercado de cada esquina tiene dentro un maestro de sushi preparando en el momento bandejitas frescas para llevar. Suelen venir unas 8-10 piezas por bandeja, la comida perfecta. También es fácil encontrar makis hechos con arroz integral o incluso una mezcla de cereales integrales. El plan ideal para mí es una bandeja de sushi como picnic en el cine (porque ahora era invierno, en otra época del año me lo tomaría en Central Park). La foto de abajo no es de sushi pero la incluyo aquí porque es muy recomendable: la casa de té japonesa Cha An en el East Village. Sirven este menú de mediodía, completísimo, a un precio muy asequible. Y el WC del sitio es para no perdérselo.


5. Té
Alguien que no toma café lo pasa un poco mal en los cafés españoles. El té suele ser para llorar, tanto la calidad como la manera de prepararlo (con el agua de la máquina de café). Si bien detesto consumir e ir por la calle con el vaso de Starbucks, demasiado a menudo recurro a ellos en Barcelona porque el té que ofrecen es muchísimo mejor que la media disponible aquí. En New York tomar té da gusto. Pero esta vez fui mucho más allá que los cafés a pie de calle; antes de viajar hice una reserva en The Tea Gallery, donde nos prepararon una degustación privada de tres tés: Dragonwell (verde), Golden Buddha WiYi Cliff (oolong o semifermentado) y Puer negro. Dae, quien aprendió de su "tea master" Michael, nos preparó y sirvió incontables tacitas en miniatura mientras nos contaba características de cada uno. Aprendimos mucho y bebimos tanto que llegamos a un estado de borrachera de té (lo digo muy en serio, no es la primera vez que me sucede). Lo que más me gustó fue el comentario que hizo cuando expresamos entusiasmo por la belleza de todos los artilugios en torno a la degustación: "Tomar té es una oportunidad para rodearse de cosas bellas." No podría estar más de acuerdo. Desde que volví, los días que tengo un rato decente (porque con prisas no vale la pena) me lo paso en grande tomando té del gaiwan y tacita que me traje (como hoy, sábado lluvioso, mientras escribo este post).


6. Sopa sopa y sopa
No entiendo bien por qué los españoles no comen más sopa. Sí, está la típica escudella catalana o el caldo del cocido madrileño, pero estos son platos ocasionales y no hay costumbre de tomar sopa a diario. En invierno a mí me parece que no hay nada mejor (ya ya hablé de esto en un post anterior). Por las noches, incluso, muchas veces una sopa cremosa y un trozo de buen pan me parece la cena ligera perfecta. En New York ha sopa en absolutamente todos los sitios. Es más, hay sopas para elegir. Por todos lados está la tradicional matzo-ball soup (que yo sólo como en versión casera, porque si no está hecha con caldo de pollo), pero también sopas de verduras, cremas, sopas de lentejas, y mi amada cura-lo-todo sopa de miso (en Whole Foods venden una repleta de verduras, algas y tofu, a la que le añaden el agua al momento). Hay una cadena (uf, otra vez cadena, alerta) llamada Hale and Hearty soups donde tienen una veintena de variedades, y lo mejor (o peor, en el caso de alguien con ansiedad ante las opciones como yo) es que te dejan probarlas todas hasta decidirte (o no). Así puedes llenarte de exquisitas mezclas como la crema de espárragos y cangrejo, o la sopa thai de gambas con leche de arroz, para terminar decidiéndote, como hice yo, por la ansiedad, por una convencional pero no menos deliciosa sopa de 10 verduras.No se pierdan este artículo de Mark Bittman de la revista del New York Times con recetas prácticas para improvisar en torno a 4 categorías de sopas vegetarianas: cremosa, caldosa, sustanciosa y de la tierra ("earthy")


7. Hangawi
Mención aparte merece este restaurante vegano coreano (en una zona de la ciudad que no en vano ha pasado a llamarse Little Corea, impresionante), del que me habían hablado pero tenía pendiente experimentar en persona. Superó mis expectativas con creces. El ambiente es único, un templo zen donde te hacen quitar los zapatos al entrar, para sentarte cerca del suelo en tatamis con mesas bajas. Tomé té de pasta de dátiles, y comimos setas shitake rellenas, dumplings vegetales, y un bol de piedra caliente con una mezcla de arroz, verduras, verdes de montaña, y algas. Todo preparado con una sutileza de sabores puros como si lo hubiese hecho tu abuelita en casa. Quiero repetir. Ya. Lo único que no dejó de sorprendernos (una vez más) fue lo expeditivo que son los americanos para comer; incluso en un sitio así, con todo el ambientillo zen, comes, te traen la cuenta, pagas, y te vas. Ni hablar de sobremesa.Los mismos dueños tienen una casa de té (ellos la llaman así pero en realidad se puede comer -y muy bien- también) llamada Franchia en la misma zona.