San Francisco II: Conversación con Ginny Evans

Supe de Ginny hará algo más de un año, a través de un post que es parte de una serie del blog de Heidi  que se llama "Favorite Cookbooks", en la que pregunta a algunas selectas personas por sus libros de cocina favoritos. Me interesó lo que Ginny tenía para decir porque había estudiado en el Natural Gourmet Institute de Nueva York, al que yo todavía no había ido. Le escribí, y me contestó muy amablemente a todas mis preguntas.

Al llegar a San Francisco un año después, le volví a escribir para conocernos. Ginny se acordaba de mí y quedamos en el Matching Half Café, su café favorito (y ahora también uno de los míos), en una luminosa y simpática esquina no muy lejos de su casa, que resultó ser a apenas 5 calles de donde nosotros estamos parando.

Como siempre que uno queda con alguien que no conoce, me preguntaba cómo nos íbamos a conocer. Yo había visto la foto de Ginny en el post de Heidi, pero había pasado bastante tiempo. Llegué temprano a la cita, me senté al lado de la ventana y en cuanto se acercó una chica de mi edad, rubia y muy bella, hicimos contacto visual y supe que era ella por la sonrisa generosa que me ofreció. Y esa es la palabra con la que quiero describir a Ginny: generosidad.

Desde entonces, la he vuelto a ver porque nos invitó a toda la familia a una exquisita cena comunitaria de comida vietnamita preparada por ella y su amiga Rebecca (quien pasó unos meses con una familia en Vietnam aprendiendo su cocina) en la acogedora casita que comparte Ginny con su novio.

Los sanfranciscanos tienen un buen gusto elegante y sutil. Ginny y Chris viven en un pequeño estudio en la parte de atrás de una casona victoriana. A pesar del reducido tamaño, Ginny consiguió que 12 personas (2 de las cuales eran mis pequeños monstruitos B. y O., los únicos niños en la ocasión) nos sintiéramos cómodos y muy a gusto, con detalles como las servilletas de telas de colores que repartió plegadas en una cesta de mimbre cuadrada, o el arbolito bonsai que decoró con la tarjeta de desayuno con guisantes que yo le había dado unos días antes.

La generosidad continúa: para la cena comunitaria de la semana que viene Ginny me ha invitado a participar, preparando con ella y otra chica una cena catalana. Me hace muchísima ilusión, me encanta el plan de ir con ella al mercado del Ferry Plaza y cocinar juntas. Ya estoy pensando en recetas. 

CL: Cuéntame de tu empresa, Beautiful Food.

GE: Creo que comemos con los ojos. Quiero que mi comida sea bella. Pero es una idea que ha ido evolucionando con el tiempo porque también quiero que sea nutritiva y que eso quede expresado en el nombre. Los nombres son algo muy difícil.

CL: Pero una cosa no excluye la otra, ¿no? Para mí la idea de comida bella incluye que sea nutritiva.

GE: Claro. Y cuando la gente ve tu comida, el nombre o el contenido de tu blog ya pierden importancia. Tenemos la suerte aquí de tener comida que ya es bella cuando la compras. Existe una rivalidad muy conocida entre chefs de Nueva York y San Francisco. No creo que haya más creatividad aquí, pero sería una lástima manipular demasiado la comida tan buena que tenemos. En NY tienen comida muy buena pero tienen que hacerle más cosas, manipularla más, porque no tienen la misma disponibilidad de materia prima que aquí.

CL: Justo le dije a I. el otro día que sentía que aquí no hago nada con la comida, porque es tan maravillosa tal cual viene del farmer’s market

GE: Lo más difícil es encontrar comida étnica de buena calidad. Por eso con una amiga hemos empezado a hacer pequeñas cenas comunitarias los lunes por la noche. Nos juntamos unas 8-10 personas en mi minúscula casa, y cada semana hacemos algo diferente. La semana pasada fue comida india, esta semana vietnamita. También con la idea de crear comunidad en torno a la buena comida, porque cada uno aporta algo diferente.

CL: San Francisco parece tan diferente del resto del país. Aquí todos son foodies [gourmets o amantes de la buena comida], y todos son conscientes del buen comer y del comer sano y sostenible.

GE: Bueno, hay zonas en otras partes del país: Nueva México, Portland, Minneapolis. Pero eso, sumado a la calidad de la comida que tenemos aquí es una combinación poco frecuente.

CL: ¿Y no hay mucha competencia para alguien que hace lo que tú haces?

GE: No, no hay gente suficiente. Nunca encontré competencia en la comida orientada a la salud. Sí es muy difícil abrir un restaurante. Pero las batallas más duras siempre las he tenido conmigo misma: ¿estoy poniendo un precio adecuado? ¿cómo puedo hacer para llegar a un público más amplio? Es un diálogo interno constante desde que ya no trabajo en un restaurante. Es algo necesario, pero el mayor desafío es que la gente te conozca. Acabo de abrir una cuenta en twitter. Le he puesto de nombre “groundedsf” por el doble sentido de estar en casa sin poder salir, y también porque cocinar te mantiene con los pies en la tierra [N.T. grounded en inglés significa tanto castigado sin poder salir, como enraizado, con los pies en la tierra]. Te confieso que a pesar de lo que yo hago, como fuera todo el tiempo. Tengo 150 libros de cocina que amo, pero como fuera todo el rato.

CL: Lo más irónico aquí es que parece ser más barato comer fuera que cocinar en casa. Twitter seguramente te ayude a llegar a más gente.

GE: Me sigo sorprendiendo del poder de las redes sociales y los blogs. Cuando Heidi [Swanson, de 101cookbooks] hizo el post sobre mí en su blog, de repente muchísima gente me escribía pensando que yo era una autoridad, yo no lo podía creer.

CL: ¿Cuál es tu desayuno favorito?

GE: Lo que llamo un desayuno de mercado: polenta, unos verdes salteados, huevos poché y lo que consiga en el mercado. Cuando estuve en Francia me sorprendió que la gente empezara el día con tanta azúcar desde tan temprano.

CL: ¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta de tu trabajo?

GE: Lo que más es la interacción con los clientes cuando les llevo comida. Es como si fuera un repartidor de flores. Sólo trasmiten felicidad. Lo que menos me gusta es el intercambio de dinero. Por eso me encanta cuando el servicio de entrega de comida es algo que un regalo que le haces a otra persona, y no hay intercambio de dinero.  Trabajé con una empresa que hacía este regalo a las mujeres que tenían hijos.

CL: ¿Qué nuevos proyectos tienes en mente?

GE: Quiero empezar a cocinar para madres que acaban de parir.

CL: Uy, justo lo que yo estoy empezando a hacer ahora, ¡qué casualidad!

GE: El mayor desafío que yo veo es cómo hacerlo para alcanzar a mucha gente, pero que siga siendo rentable para mí.

CL: Por lo que yo veo, los costes de los servicios son muy diferentes aquí y en España, aquí está aceptado que cuesta dinero un servicio así.

GE: Sí, pero a veces me pregunto cuán sostenible es trabajar solamente con el pequeño porcentaje de la población que puede pagarlo. Ahora estoy evaluando la posibilidad de entrar en el programa de La Cocina, una organización en el barrio de la Misión, sin fines de lucro, que se dedica a ayudar a mujeres de bajos ingresos a emprender empresas culinarias.

CL: He visto por toda la ciudad de San Francisco una gran cantidad de “nutrition consultants” [N.T. algo así como consultor de la nutrición]. ¿Tú te consideras uno?

GE: La gente tiene tantos asuntos pendientes en su relación con la comida. Toda la gente para la que he trabajado los ha tenido. No creo que sea mi tarea solucionárselas, al menos explícitamente. Pero quiero que se sientan mejor con lo que comen y por extensión con su relación con la comida. Yo no quiero decir que soy una “health counselor” [N.T. terapeuta de la salud], una profesión que está demasiado en boga en San Francisco en estos momentos, tanto así que ha perdido significado. Lo que quiero es que la gente coma mi comida, me empiece a preguntar cosas, me conozca y  a partir de ahí diga “esta chica sabe mucho de comida”. En lugar de estar sentada aquí detrás de una mesa tomando apuntes mientras me hablan, prefiero que sea un intercambio en torno a la comida.