Mi desayuno favorito

El desayuno es mi comida favorita. Debe ser porque la mañana es el momento del día en que me siento más yo misma.

A veces (más de las que quiero admitir aquí) me levanto a horas ridículas, ansiosa por tomar ese primer sorbo de té en silencio y sin que haya amanecido del todo (ahora mientras escribo este post son las 6:25 -sí, de vacaciones- y estoy tomando este té). Ese primer sorbo de té de la madrugada, tras el ritual de prepararlo, es un pequeño placer cotidiano. 

A estas alturas me es bastante claro que, en general, el desayuno es una preocupación. Mis talleres de desayunos sanos han sido los más concurridos de todos, y sigo recibiendo consultas de gente que quiere aprender a desayunar mejor. En parte me sorprende, no sólo porque sea mi comida favorita, sino también porque en algún sentido es la comida más fácil del día; se puede preparar medio dormido, sin el estrés de las presiones externas de las comidas posteriores del día. 

Hasta hace no mucho, era adicta al pan por las mañanas. Necesitaba el crujir de las tostadas, que solían ir untadas de tahín y mermelada, una combinación que me sigue conquistando (aunque estos días también estoy aficionada a la crema de almendras). Cuando estudié cocina energética, empezar con la crema de cereales fue un gran esfuerzo. Casi un sacrificio. Pero después de un tiempo aprendí a apreciar la bendita crema. E incluso a necesitarla. Y ahora no quiero otra cosa por las mañanas.

En España no se le da mucha importancia al desayuno; gracias si la gente se toma una taza de café antes de salir de casa. Las opciones en los bares no son muy sanas; prolifera la bollería cargada de azúcar. La crema de cereales es algo difícil de aceptar culturalmente. Pero culturas lejanas y no tan lejanas comen algo parecido desde hace siglos: piensen no sólo en el congee oriental, sino también en el oatmeal americano o el porridge de los ingleses. Hoy voy a hacer un poco de proselitismo: ¡démosle una oportunidad a la crema de cereales! Tal vez sea un problema de nomenclatura; habría que encontrarle un nombre más atractivo. "Crema de cereales" suena un poco largo e indefinido.¿A alguien se le ocurre algo mejor? Se aceptan propuestas.

Los beneficios de la crema de cereales son muchos. Su consistencia húmeda devuelve al cuerpo los líquidos perdidos durante la noche. Sigo teniendo el crujiente gracias a los frutos secos y semillas que le añado, pero con un desayuno mucho más satisfactorio que el pan, un desayuno que me dará energía estable (y no los picos y valles del desayuno azucarado-cafeinado) para toda la mañana.

Como yo soy muy de rituales, no me importa desayunar lo mismo cada mañana. Pero dentro de la repetición, la variedad existe y se regula estacionalmente. Las posibilidades de variaciones de cremas de cereales son infinitas. Se puede tomar caliente, tibia o fría, hacer dulce o salada, con diferentes frutas frescas o secas (según estación), frutos secos y condimentos al gusto del consumidor como canela, vainilla, etc. Si comemos un desayuno satisfactorio, no tendremos necesidad de tomar café y azúcar por el bajón de la media mañana, ni estaremos tentados por las comidas no tan sanas de los bares, que nos devuelven al ciclo de picos y valles energéticos. 

Y casi se me olvida otro motivo principal para desayunar crema de cereales: es deliciosa. El placer es un factor básico de la comida, y el placer de la comida sana lo disfrutamos mientras comemos, pero también después. 

Aquí os paso la versión que estoy comiendo estos días, que me tiene completamente enganchada (ya veréis, es casi adictiva!). A mí me gusta añadir la fruta en la cocción (porque sigo sin comer crudos, y me gusta que el cereal se tiña de colores), pero se puede añadir al final, una vez cocido el cereal. Esta versión está hecha con copos de avena, y es bastante más rápida (y algo más ligera) que la versión que enseño en los talleres, con cereales integrales intactos. Busca copos extra finos; cuanto más finos sean, mejor y más rápido se harán. 

Crema de cereales

Ingredientes para dos raciones:

2 tazas agua

1/2 taza copos finos de avena

1 pizca sal marina

1 chorrito leche de avena

2 puñados arándanos frescos (o fresas, o pasas de uva, u orejones, etc.)

2 puñaditos almendras tostadas, cortadas gruesamente (o nueces, o avellanas, etc.)

1 puñadito semillas de sésamo tostadas (o calabaza, o girasol, o lino)

1 chorrito sirope de arce (o melaza, o miel, o concentrado de manzana) (opcional, según el dulzor que se quiera conseguir)

1 cucharadita canela en polvo o 1 rama vainilla

Poner el agua a hervir con la pizca de sal (y la rama de vainilla, si se usa). Cuando hierva, añadir los copos y los arándanos. Bajar el fuego al mínimo y cocer durante 10-15 minutos, mezclando de vez en cuando, vigilando que no se pegue al fondo de la cacerola. Al final de la cocción añadir la lecha de avena. Si el tiempo permite, dejar reposar unos minutos (para que los copos terminen de absorber el líquido y se asienten; no es imprescindible, pero queda más cremoso). Repartir en dos boles. Servir con las almendras, el sirope de arce y la canela en polvo (si se usan). 

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