Los cumpleaños infantiles

Este es un tema escabroso y delicado. Necesito escribir un post sobre los cumpleaños infantiles, aún a riesgo de quedar algo mal con los amigos.

Ya hace tiempo escribí aquí sobre el concepto de "menú infantil" de los restaurantes; es el cuento del huevo y la gallina: les damos filete con patatas fritas porque sólo comen filete con patatas fritas, pero sólo comen filete con patatas fritas porque sólo les hemos ofrecido filetes con patatas fritas. Como concluí en aquel post, es importantísimo ofrecer a los niños comida normal, comida de personas, desde pequeños, para que se acostumbren a apreciar sabores y texturas diversas.

Por supuesto que si nosotros tampoco comemos variado, no podemos de ninguna manera esperar que nuestros pequeños lo hagan. Hace poco fuimos a cenar a casa de amigos. Mi amiga y yo preparamos una gran fuente con toda la comida que tenía a mano: verduras de todo tipo-zanahoria rallada, rúcula, pepino, tomate, cebolla tierna-, arroz, atún. Preparamos también unos huevos para los niños, para darles algo calentito y proteico. A la hora de sentarse a la mesa, les serví a mis hijos la tortilla más un poco de todo lo que había en la gran fuente comunal. La hija de mi amiga, en cambio, cenó una crema de verduras y dos huevos, y nadie siquiera le ofreció nada de la bandeja de verduras; sus padres dieron por sentado que ella no comería esas cosas.


Algunos días después, asistimos a un cumpleaños infantil. Hasta hace un tiempo, los festejos infantiles eran un tormento para mí; no podía soportar ver a mis hijos (quienes, no acostumbrados a comer chuches, se atiborraban cada vez, hasta llegar a vomitar alguna vez). Ahora me he relajado un poco (pero sólo un poco!) y entiendo que no pueden perderse las fiestas ni pasarlo mal por culpa de su madre fanática. Bruno, que es un poco mayor, ya sabe de qué va y cuando estira la mano hacia el bol de patatas fritas me mira de reojo (porque sabe que no puedo dejar de observarlo) y me dice "ya sé, mami, pocas!". Olivia se sigue atiborrando, y tendrá que aprender de sus propios dolores de panza.

Lo que me impulsó de repente a escribir este post fue la dinámica gastronómica de esta fiesta en particular. Los acontecimientos se desencadenaron más o menos de la siguiente manera: a las 13 hs. se sirvió un aperitivo: una mesa repleta de patatas fritas, frutos secos fritos y/o salados, aceitunas, algo de embutido y esas bolitas de color naranja fluorescente que a nada de la naturaleza se asemejan (una de las premisas del último libro de Michael Pollan, Food Rules, en el que da simples y prácticos consejos para comer mejor, es "no comas nada que tu abuela no reconocería como comida"). Los niños, muertos de hambre después de haber estado corriendo por el parque un par de horas, devoraron. Cuando ya tuvieron bastante y se fueron a jugar por ahí, se sirvió la comida, que era toda casera y con muchas opciones saludables. Pero a estas alturas los niños ya no tenían hambre, sino ganas de seguir jugando, y comieron poco y nada. Al rato llegó la hora del postre. Pero en lugar de servir primero el pastel -que era bien casero, e incluso integral- se les dio primero un surtido de chuches, también de colores, tamaños y formas ajenas a cualquier abuela. Tras el subidón de azúcar, los niños que quisieron probar el pastel casero se podían contar en los dedos de una mano (y sobrarían dedos).

Siempre oigo la misma razón por la cual los padres sirven golosinas y patatas fritas en los cumpleaños; dicen que "es lo que los niños esperan". Como si no fuera con ellos, ¿acaso aprendieron solos los niños a comer así?

Ayer celebramos el cumpleaños de Bruno con un par de familas más de su clase y cuando planificamos el reparto de tareas una madre preguntó qué pasaba con las patatas fritas y las gaseosas. Yo, intentando contenerme y ser lo más ecuánime posible, le dije que llevábamos años existosamente celebrando cumpleaños sin ofrecer estas cosas y si a ella no le importaba prefería seguir haciéndolo así. Y ella me dijo "claro, yo también lo prefiero pero otras veces otras familias han insistido".

Siempre son los otros. Entonces propongo responsabilizarnos y proponer recetas sanas y divertidas para llevar a los cumpleaños infantiles. Tampoco estoy hablando de ofrecer sólo lechuga y semillitas; hay muchas maneras de hacerlo pero lo más importante, creo, es que todo sea lo más casero y menos industrial posible. Mientras las comidas se preparen en casa es difícil fallar. Incluso si hay que meter un poco azúcar de caña en un pastel, mucho mejor eso que las bolsas industriales llenas de conservantes y químicos.

En el cumple de Bruno quedamos con las otras familias que yo llevaría bocadillos un poco más sofisticados para los adultos, y los demás llevarían los convencionales para los niños (i.e. embutidos, chocolate...). También preparé un hummus con bastones de apio para que hubiera una opción sin pan. Creo que la única que probó el hummus fui yo, pero me sorprendió gratamente ver a muchísimos niños masticando los palitos de apio. Veis, los niños también saben elegir, siempre y cuando les ofrezcamos la posibilidad de hacerlo!

La receta que quiero compartir hoy es el bizcocho que preparé para la fiesta (que devoraron todos los padres de la fiesta y mis dos hijos, pero bueno...Bruno de hecho se dejó un trozo y me dijo que tenía demasiado chocolate). El aspecto era muy poco llamativo (Bruno me pidió que la decoración se limitara a un poco de azúcar glaseado -azúcar impalbable, para mis compatriotas- por encima) y por eso perdió olímpicamente frente a otro pastel que estaba preciosamente decorado con barritas de Kit Kat y M&Ms de cacahuete coloridos por encima. Pero os aseguro que el sabor es bien dulce y muy apropiado para un cumpleaños. La receta la adapté del blog de Heidi (cuya versión podéis ver aquí; sus fotos son ciertamente mejores que la mía, lo siento!), quien a su vez lo adaptó de este libro de Melissa Clark. Estrené mi nuevo molde de silicona para hacerlo y esta forma va muy bien para cortar y repartir, aunque también se podría hacer en un molde alargado tipo budinera, omitiendo la levadura en polvo para que quede más como un pan dulce.

Bizcocho de limón, plátano y chocolate

Ingredientes:
1 taza harina común
1 taza harina integral
3/4 taza azúcar moreno
3/4 cucharita bicarbonato de sodio
1 cucharada levadura en polvo
1/2 cucharita sal
110 gramos chocolate negro picado
1/3 taza aceite de oliva extra virgen
2 huevos batidos
1 1/2 taza plátanos maduros machacados (3-4 plátanos)
1 yogur natural
1 cucharita ralladura de limón
1 cucharada esencia de vainilla
para decorar: azúcar glaseado

Precalentar el horno a 175ºC y poner la bandeja en el centro. Enaceitar un molde.
En un bol grande, mezclar las harinas, azúcar, bicarbonato, levadura y sal. Añadir los trocitos de chocolate y mezclar bien. 
En otro bol, mezclar el aceite, huevos, plátano pisado, yogur y vainilla. Verter los líquidos en el bol de los sólidos y combinar con movimientos envolventes con una espátula hasta que esté combinado, sin pasarse. Pasar la masa al molde preparado y hornear hasta que se dore, unos 35-40 minutos. Hay que cuidar el punto; tiene que estar dorado pero sin llegar a quitarle toda la humedad. Es mejor fallar por el lado de cocer de menos que de más. 
Dejar enfriar durante unos minutos antes de desmoldar. Luego desmoldar y dejar enfriar por completo.
Una vez que se haya enfriado del todo, espolvorear con azúcar glaseado.